Por: El Perrito de Víctor
El lugar era un pequeño bar de la calle de Morelos, unas cuadras atrás de la iglesia de San Agustín y que tal vez por ello se llamaba “Las Torres”. El día –o más bien la noches— eran los viernes. Un pequeño grupo de bohemios, ebrios con gustos musicales similares, admitían y aceptaban al perro redactor para juntos escuchar a trovadores, aunque no del tipo cubanoide sino más bien de baladistas hispanoamericanos de los años setenta y ochenta.
Ahí estaban Aldo y Genaro quienes con guitarra en mano hacían felices a sus escuchas con canciones de Hernaldo Zúñiga, Oscar Athié, José Luis Perales, y ya para los más intelectuales, hasta de Luis Eduardo Aute. No faltaban tampoco las canciones de tríos como Los Panchos, Los Dandys o Los Tecolines, aunque en versión minimalista ya que, como se mencionaba líneas arriba, el hombre sobre el escenario era sólo uno por turno. Cantante y guitarra sin más. Nada de pistas, nada de teclados mágicos que traen programadas hasta orquestas sinfónicas que se tocan mágicamente sin que el “músico” tenga que meter las manos.
No recuerda el pulguiento perro con quién llegó por primera vez al lugar. ¿Sería con su amigo Javier o con su amigo Leonardo? A lo mejor cayeron juntos los tres al final de alguna tarde brava de botana, de esas que se prolongaban hasta la madrugada. Lo cierto es que así supo el ahora tecleador que a ese lugar lo mejor era ir con compañía femenina.
Así, un viernes el perro llegó con su esposa luego de dejar otro bar de las calles del centro, de esos que operan con horario limitado.
Cuando llegaron estaba cerrado, pero como adentro se escuchaba música se atrevieron a tocar. Un joven mesero salió, pero sólo para decirles lo esperado, que el lugar ya estaba cerrado.
Por fortuna, adentro estaba uno de sus vecinos quien logró identificar el lastimero ladrido del perrucho y ya cuando iba en retirada salió y les gritó que regresaran. Le dijo al mesero-portero que iban con él, pero que se les había hecho bien tarde.
Aldo cantaba entonces una canción cuya letra le pareció conocida al perro, no así la instrumentación: se trataba de uno de los boleros éxito de la Sonora Santanera, pero tocada sólo con guitarra. El ambiente prometía, elucubró su perruno cerebrito.
Cantaría luego algo de Julio Jaramillo y ya entrados en el tema el can se atrevió a pedir una de Olimpo Cárdenas: “Esta noche”.
A Aldo le resultó familiar el cantante no así la canción. Se acercaba la hora de cierre y los meseros repartían las cuentas en las mesas, aún hubo tiempo de charlar y el perro comentó su gusto por el señor Cárdenas, Julio Jaramillo y hasta por Daniel Santos.
Obvio que volvieron.
En sus siguientes visitas el perro y su pareja se fueron integrando en el “círculo de conocedores”, por llamarlo de alguna manera.
El conjunto de alegres bebedores coreaba las canciones que interpretaba Genaro y pedía canciones que representaban un reto a la memoria de Aldo, un auténtico cancionero andante. “¿Cómo empieza?”, cuestionaba antes de arrancarse a cantar la pieza solicitada.
Y ahora una confesión. Perdón —de entrada— si a alguien le tocó ser parroquiano no seleccionado. Llegada la hora de cierre, los meseros dejaban la cuenta en las mesas, pero en voz baja a los integrantes del selecto circulo le decían, “usted puede quedarse si gusta”.
Los aparatos de amplificación se apagaban, se cerraban puertas y ventanas y los clientes restantes juntaban las mesas y todos se integraban en una sola charla. Casi siempre se hablaba sobre anécdotas de las canciones que a capela, se interpretaban, sobre sus intérpretes o sobre las mujeres que las habían inspirado.
El perro memorioso recordó el disco de Bienvenido Granda “Disco de Oro Hollywood 1976” en donde el cantante cubano es acompañado por la “Reyna Sonora Veracruz de Pepe Vallejo”.
En cuanto comentó el contenido de las letras que incluyen el acetato en cuestión, Lupita, la mujer de Genaro, dijo que no lo podía creer. Señaló que no era posible que existieran ese tipo de letras.
Abunda el can en el porqué de la duda. La cara “A” del disco empieza con “Que Dios te arranque del mundo” de Homero Aguilar (http://bit.ly/2t0kj3x con la aclaración de que no es Bienvenido porque no está disponible su versión). Obra maestra del despecho:
“Que Dios te arranque la vida
No la mereces ni siquiera de limosna.
Tienes el ama perdida
Eres basura que en cualquier lugar estorba”
Le sigue “Corazón borracho” de Jesús Díaz (http://bit.ly/2ujHbPp) canción que no puede desentonar con el álbum ya que dice su letra:
“Maldito licor,
que está acabado con mi vida,
a ti me entregue
para olvidar una perdida.
Tener que llevar
este corazón borracho y sufrir
los desprecios que da la bebida.
Total ¿para qué?
nunca olvidaré su nombre.”
La tercera canción del lado A, mantiene la tónica despechada ya que se trata de “Más daño me hizo tu amor” de J. Arredondo. (http://bit.ly/2tSWDBb). La canción tiene el atractivo de ser una sabrosa pieza de salsa muy bailable.
“¿Qué te importa lo que digan?,
¿qué te importa si yo bebo?,
¿qué te importa de mi vida
y saber si yo te quiero?
Tú sembraste en mi alma,
la semilla del dolor
que no puede dar más frutos
que los rencores profundos
de tu desdichado amor.”
La cara A del disco cierra con “Tres palabras” de Oswaldo Farrés, otra joyita que muy bien hicieron en rescatar Miguel Bosé y Tania Libertad al cantarla a dueto.
Del lado B, bastante rescatables son “Tiemblas”, “Estoy desengañado”, de Severino Ramos y Luis Reyes, además de “Págame” de M.A. Gómez.
Más o menos así fue la exposición planteada por el perro acerca del disco de Bienvenido Granda. Nadie conocía las canciones en mención y hasta dudaron que realmente un acetato con tanta amargura existiera.
Quedaron en que alguien conseguiría un tornamesa para escucharlo, además de otros más que al calor de la charla se habían ido sumando.
Nunca se logró la mencionada reunión.
Algún parroquiano exiliado denunció la violación de horarios y ese lugar de buena charla y mejor bohemia se acabó como se han ido acabando tantas cosas buenas en San Luis Potosí capital.
Quedan tan sólo los buenos recuerdos en la memoria cada vez más porosa del cerebro del redactor, a fin de cuentas, memoria de perro.