Por: El Perrito de Víctor
Don Crescencio nació en el ahora remotísimo año de 1926. A pesar de su edad, hasta hace algunos meses, caminaba tres veces a la semana, los más de tres kilómetros que separan a su casa de las de sus dos hermanas, además de la de sus nietos.
Como la de cualquier hombre de su edad, la cabeza de don Chencho está llena de historias y las cuales repite periódicamente de acuerdo a su humor o el ánimo de sus recuerdos.
En ocasiones rememora sus días como soldado, en otras narra su viaje en bicicleta hasta Ciudad Victoria, Tamaulipas y sobre cómo llegó de ahí a Tampico para regresar en tren a San Luis Potosí.
En su archivo de historias también hay una entrada para la época de los enfrentamientos que se vivieron en la ciudad entre agraristas y sinarquistas. Su cerebro no ha archivado qué es lo que estudian sus nietos, ni el nombre de su bisnieta, pero si recuerda el nacimiento de las grandes colonias del sur de la capital potosina: la Satélite y la Progreso.
Una de sus narraciones favoritas es la de sus ancestros músicos. Su abuelo y luego su papá y sus tíos se ganaban la vida con ese oficio. Le gusta presumir que amenizaron las mejores fiestas de su época, en el San Luis rural de finales del siglo XIX y principios del XX.
El perro redactor nunca le ha preguntado sobre el repertorio que interpretaba el grupo que, de acuerdo a las fotos que de ellos existen, estaba integrado por un bajista, un guitarrista, un violinista y un flautista. Comenta don Chencho que también había un integrante que tocaba el arpa, aunque nunca aparece en las imágenes.
En medio de una charla, cuando don Chencho estaba inmerso en su mar de recuerdos, al perro le pareció buena idea poner el disco “Canciones de campo” de las Hermanas Padilla y en cuya grabación estuvieron acompañadas por el Mariachi Vargas de Tecatitlán.
El disco es desde su forro toda una joyita. En la portada y contraportada prevalece el color blanco. Arriba a la derecha y con letras bastante grandes puede leerse el número de catálogo de la grabación: CAM-14. Enseguida, con letras aún de mayor tamaño, está impresa el sello de la disquera “RCA Camden” y en otro renglón con una tipografía menor se informa que el disco es un producto de RCA VICTOR. (¡Guau!, ladra el perro redactor).
El texto citado líneas arriba y que da cuenta sobre nombre del disco, las artistas y quién las acompaña, parece un muestrario de tipografías. La información está distribuida en cuatro renglones cada una con tipos distintos de variado puntaje. En el extremo inferior se informa el contenido musical. Doce canciones realmente rancheras, esto es: piezas que sí son de rancho o que por lo menos sí escuchaba la gente del campo.
Lo mejor de la portada es, sin embargo, el grabado del extremo izquierdo y que plasma la belleza de una mujer de rasgos tradicionalmente mexicanos: ojos chiquitos, nariz ancha y labios generosos. Su cabello es largo, pero trenzado. La imagen está impresa sobre un cartón de color plata que fue posteriormente añadido a la funda del disco. El perro lo reconoce, nunca había visto algo así.
Vayamos al contenido musical.
El lado A arranca con “Diosito santo” (http://bit.ly/2wd86e8), una canción de Tomás Méndez que en cuanto comenzó, dejó a don Chencho muy callado. ¿Qué fibra de su corazón tocó la letra de esta pieza?, tal vez nunca lo sepa el redactor. También en el mundo de los recuerdos hay un ámbito privado. Lo cierto es que le pegaron duro los versos. Sus ojos se humedecieron con un par de lágrimas y tarareó junto con Las Padilla:
“Tan seguro estaba yo,
ser el hombre de su vida.
Como creer en mi Dios,
así en ella yo creía…”
La decepción amorosa tiene un himno más.
Más intrincada resulta “La culebra pollera” de Luis Pérez Meza (http://bit.ly/2u6EAoY). Una letra llena de recovecos lingüísticos, maneras ingeniosas para disfrazar el coqueteo y la seducción. Juzgue usted si no:
“Andándome yo paseando
me encontré una muchacha
me dijo ponte el cuchillo
le enseñe la pura cacha.
Si quieres lo afilaremos
pa’darle gusto a la hilacha”.
El disco se equilibra con canciones más ligeras como “Morir tomando” (http://bit.ly/2fdbRfk) de Rafael Cardona Jr., que hace pensar que sí, a las chicas Padilla, al parecer les gustaba la farra.
“Tomar, tomar, tomar
es el pretexto mejor
para el que está enamorado
y pa’quen (sic) no tiene amor.”
Tal es el coro de esta canción, cuyo tono festivo se mantiene en la primera canción del lado B, “Ándale” y en “Calla mujer calla”, una pieza que años después retomaría Óscar Chávez.
“Bella ilusión” de Víctor Cordero (http://bit.ly/2fdFv4i) es un vals en toda forma. Las hermanas Padilla exhiben todo su potencial vocal en esta interpretación a la que le sigue “Si tú también te vas”.
El lado A cierra, con la que me parece la canción más bella de disco y que por cierto también tuvo efecto en Don Chencho. “Ya no me quieras” (http://bit.ly/2v4V3ei) de M.S. Acuña.
“Por favor ya no me quieras
no merezco tu cariño.
En los besos que te he dado
yo sé bien que has encontrado
sólo engaños y traiciones”.
Sin duda constituye algo extraordinario un arranque así de sinceridad, el valor de decirle a alguien que le podemos resultar nocivo.
¿Con que se podría emparentar una letra así? Tal vez con Camila y “Aléjate de mí”. La distancia entre una y otra composición es de por lo menos cincuenta años, aunque entre el motivo que inspiraron a una y otra canción no existe tal separación.
No podía faltar una canción con temática de despedida. En “Canciones del campo” ocupa ese lugar “El marinero” de Rodrigo Godina Osuna; ni tampoco un corrido revolucionario: “Las adelitas”, de Bonifacio Collazo.
El disco incluye una clásica de la música vernácula, “Pobre del pobre” de Adolfo Salas y la cual aborda una temática frecuente en nuestra cultura contemporánea: la pérdida del ser amado por la carencia de recursos.
Dicen que recordar es volver a vivir. El perro está casi seguro que don Chencho la pasó bien ese día recordando no sólo las canciones sino las vivencias durante las cuales estas piezas musicales constituyeron su telón de fondo, el soundtrack de su vida.